“EL PALACIO”

 

Siempre es la misma historia. Aunque yo no acababa de creérmela.

Había escuchado otras veces, en otros lugares, la desazón que producía el abandono. El propio ego te hace sentir libre de todo mal hasta que te toca a ti.

 

Todavía me acuerdo del día en que me compraron. Julia no paraba de tirar del abrigo de su padre – “ ¡Quiero este papá, este! Tiene que ser este. Es como el de mi amiga Laura. Por fi, por fa, please…”- y así siguió una retahíla de peticiones y tirones a partes iguales. Después de mirar precios, comparar y escuchar a la experta durante largo rato, el padre de Julia aceptó.

-“Espero que entiendas, hija, que esto es mucha responsabilidad. Hay que tratarlo con amor y cuidado hasta el final. – Sí, sí, papá, claro que sí. Venga, vamos a llevárnoslo.”

Su emoción y su inocencia no le dejaban espacio para pensar en lo importante que era ese momento. Iba a cambiar su vida. O eso creía yo. Ingenuo de mí. Me dejé acariciar y llevar en el coche con la mejor de mis sonrisas. Al principio todo eran juegos y aventuras. Julia me llevaba a todas partes, incluso al baño. Me mostraba con orgullo a sus amigos y familiares. Noche tras noche dormía acurrucado entre sus brazos.

De pronto un día, no sé cómo, Julia ya era una hermosa y cuidadosa adolescente. Parecía que mis enseñanzas la habían calado hondo.

Pero llegaron nuevos miembros a nuestra pequeña guarida y poco a poco se fue olvidando de mí. Cada vez le costaba más tocarme y finalmente acabé, como tantos otros,  en una caja de cartón y con el corazón empolvado.

Ahora sí creo en el abandono y me produce una tristeza infinita. Sólo espero que me lleven al “Palacio de los libros” y volver a sonreír entre las manos de un niño entusiasta. Seguro que Olga quitará mis telarañas y reluciré entre sus estanterías.

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